domingo, 3 de mayo de 2009
Cosas de Ramón
Mi amigo Ramón está de Bloomsbury hasta el gorrito y bosteza cuando oye hablar de Vita o de Virginia, de Violet o de Vanessa. No cree que Maynard Keynes, por ingenioso que fuera, revolucionara seriamente la teoría económica, Duncan Grant le parece un pintor pésimo y Lytton Strachey, tan pelmazo como sus victorianos eminentes. Puestos a elegir, se quedaría con Bertrand Russel que estaba allí de paso y a quien reconoce bastante listo y muy ameno siempre que ¡por Dios!, alguien le mantenga a resguardo de Lady Ottoline o del aburridísimo Whitehead. Según Ramón el secreto del reconocimiento universal de los de Bloomsbury está en que eran unos grafómanos impenitentes que se veían todo el tiempo y se jaleaban una barbaridad. Los Bloomsbury de Ramón pasaban las primeras horas de la mañana escribiendose cartas entre ellos, mantenían alguna ligera actividad intelectual o manual durante un rato y a la hora del te ya estaban de palique en pandilla para antes de la cena despedirse y dedicar un tiempo a escribir de sus conversaciones previas, encantos singulares y chistes privados. Cree Ramón que nuestro círculo de amigos y familiares es tan inteligente, alocado, cosmopolita, culto y entretenido como aquel otro, y nos conmina a escribir diarios personales, novelitas y artículos en prensa en los que nos citemos los unos a los otros constantemente y mencionemos los asuntos más triviales con gran interés e hilaridad. Dice que solo es cuestión de meses y de que encontremos un buen nombre el que consigamos pasar, como los de Bloomsbury, a la historia. Esta nueva perspectiva falsa que se abre ante mis ojos me alegra el día, y porque si non è vero, è ben trovato, de momento hablo hoy en mi blog diario de este fín de semana que pasamos en Mallorca con Patricia Hernandez ,excentrica , bondadosa y falsamente ingenua dama rubia de la alta y culta sociedad mejicana, y con Ramón Gandarias, ingenioso diplomático destinado en Londres que habla un español de los años cuarenta, sabe de todo, es todo menos cursi, y tiene toda la gracia. Había tanto azahar que hasta echamos agua de azahar en la ensalada de zanahorias, tanto jazmín que mi pelo encaneció con sus pétalos bajo la pérgola, y tantas rosas que quisimos quedarnos. No fue posible pero prometimos volver, para verlas abrirse de nuevo, cada año.