Porque he comenzado a sentir mi pasado tan distante que ya no me reconozco en él, se que para volver a mí necesito volver a Inglaterra.
A los veinte años yo era un insensato apacible al que nada sorprendía, sin excesiva excitación y con amable indolencia iba acompañando al tio Angus a los clubs oportunos donde las conversaciones adecuadas con los sujetos pertinentes me condujeron según sus previsiones y deseos, aunque con leve retraso, hasta el muelle oeste de Portsmouth como empleado distinguido pero poco cualificado de la East Indian Company.
La salida del Hindustán hacia Calcuta se había postpuesto casi un mes debido al alboroto y estupor que nos invadió a todos tras el asesinato el 7 de Febrero de Lord Mayo, quien aparte de ser virrey de la India, si es que se necesitaría ser algo más, era amigo personal de la reina. Nadie pudo predecir que un hombre tan elegante fuera a morir en un oscuro penal de las islas Andaman con un puñal hundido en su pulmón y en el corazón del Reino.
La tía Agatha vio aquel suceso de un mal augurio tremendo e intentó cambiar mi futuro pero dado que como alternativa solo podía ofrecerme un puesto de administrador en su ruinosa finca en Herefordshire, los planes siguieron su curso. Se consoló escribiéndome una carta melodramática en la que me prevenía de los peligros de Oriente y de su hermano; Por si resultaba profética guardó una copia en la caja fuerte de su banco.
A mí por entonces la palabra peligro me resultaba cómica y vagamente placentera .