lunes, 22 de junio de 2009

En la noche platinoche

Desperté de madrugada porque creía oir el canto de un gallo, y salté de la cama como en mañana de Reyes para encontrar no se qué milagro a mis puertas, el campo quizás o un tiempo lejano. Me recibió la realidad titubeante de las farolas movidas como mi camisón ligero por la brisa de junio. Desde el jardín de los Simorach, que para todo tienen un gusto pésimo, salían voces desorquestadas en sudoroso ritmo pop.
Caykur, un millón de turcos lo beben, me acodo en el balcón con un té del Bósforo, los setecientos veinticuatro ojos cerrados de la Torre picasso me miran cómplices, qué ciudad tranquila en la que vivo, qué verano más grato, que rumor de castaños.
Hace muchisimos años yo era adolescente y leía a Holderlin, ¡Oh, urbes del Eufrates!, ¡Oh, calles de Palmira!, ¡Oh, bosques de columnas sobre el llanto desierto!, tenía yo entonces un gallo residente que, insomne como yo, cantaba en la oscuridad de los veranos como un cisne. En aquel tiempo me gustaba regar – muy Marguerite Duras en Indochina - los suelos de madera de mi casa y vivía en el vapor y el olor de los trópicos cuando me daba la gana - Haway Bombay, los Simorach han pasado a los ochenta, no se que es peor -.
El trópico del recuerdo y el trópico de Mecano me llevan a otros trópicos, los Tristes trópicos, del bellísimo y tristísimo libro de Levi Strauss que retrataban un mundo exótico y tóxico, un tiempo irremediablemente muerto, - antropología entendida como necrología decía Susan Sontag-.
Pasa un gato por la acera y pienso en naderías, como en Roland Barthes, un pelmazo que quería ser Levi Strauss y se quedó en gran burgues respondón que criticaba a los pequeños burgueses, pintaba acuarelas, tocaba el piano, y hacía juegos de palabras, la racine Racine, mientra ardía París en Mayo del sesenta y ocho. Barthes - pronunciar la é muy aguda - pudo ser alguien pero se equivocó en todo, incluso en lo que realmente importa, porque nunca fue a Brasil y porque confundía la ética con la semiología y el amor con el lenguaje - Un buen amor desestructurado es lo habría necesitado Roland - pronunciar la á muy aguda - Barthes, un buen amor y un plato de frijoles con arroz -.
Quien dijo que la melancolía es elegante ?, Ciudades, llanto, desierto , entre mi sangre y el llanto hay un puente muy pequeño y por él no pasa nada, lo que pasa es que te quiero. Como mi camisón - iba a escribir corazón- parece una batita de verano, salgo en camisón y con las perritas a la calle para que hagan sus cosas y yo piense en las mías que siempre acaban siendo atrabiliarios conglomerados de pasiónes literatura y miedo, geografías que como las del mito escatológico en el Diálogo de Fedón sobre el alma, están plagadas de rios oscuros y volcanes. Me viene, me viene Patinir con Boeklin y veo una laguna estigia cianótica, del color del lapislázuli, y pienso en Empedócles y en ese Tártaro que Platón registró en clave Siciliana y pitagórica. Se me va, se me va la noche de las manos.
Enfilo entre terrores el callejón de Serrano florecido de hortensias y petunias, que no cunda el pánico me susurran las bolas de boj. Respiro, freno, sonrío a las perritas, aguzo el oido por si se oyen pasos y, escucho cómo el silencio se rompe por el canto de un gallo.
Hace muchísimos años yo era una adolescente que leía a Nietzsche, sin duda soy yo un bosque y una noche de árboles oscuros: sin embargo, quien no tema mi oscuridad encontrará también taludes de rosas debajo de mis cipreses.