Día de campo y piedras en el monasterio cisterciense de Santa María de Bujedo, por la comarca burgalesa de Juarros. En la penumbra reflexiva que propiciaban las ventanas de alabastro, pensaba yo en San Bernardo de Claraval, quien en el siglo XII dió lustre, austeridad y contenido a la orden de estos monjes blancos que sembraron de espiritualidad, monasterios y huertas el camino de Santiago. Al llegar a casa he rebuscado en la excelente carpeta de papeles del Padre Avelino hasta encontrar la carta de Bernardo al papa Eugenio III, nacido Bernardo Paganelli de Montenegro, quien había sido discípulo suyo y monje de su monasterio. Es una carta valiente pues, discípulo o no, se trata de una regañina en condiciones al Papa . Transcribo un fragmento :
"Escucha mi reprensión y mis consejos. Si toda tu vida y todo tu saber lo dedicas a las actividades y no reservas nada para la meditación, ¿Podría felicitarte ? Y creo que no podrá hacerlo nadie que haya escuchado lo que dice Salomón: "El que modera su actividad se hará sabio". Porque incluso las mismas ocupacónes saldrán ganando si van acompañadas de un tiempo dedicado a la meditación. Si tienes ilusión de ser todo para todos, imitando al que se hizo todo para todos, alabo tu bondad, a condición de que sea plena. Pero ¿Cómo puede ser plena esa bondad si te excluyes a tí mismo de ella ?. Tú también eres un ser humano. Luego para que sea total y plena tu bondad, su seno que abarca a todos los hombres, debe acogerte también a tí. Ya que todos te poseen, se tú mismo uno de los que disponen de tí. ¿Cuando por fín vas a darte audiencia a tí mismo entre tantos a quienes acoges? ".