viernes, 28 de agosto de 2009
Belleza real, lectura imposible
En el barrio de San Polo, junto a la Iglesia de los Frailes franciscanos, está la Scuola de San Rocco. Es abrumadora. Esperaba los Tintorettos enormes, de los que tanto hablé con Marina, el suelo ajedrezado y los artesonados, esperaba el lirio de la anunciación de Tiziano, y el Cristo con la cruz atribuido a Giorgone, asumía el poder, la belleza y la gloria, pero no contaba con Francesco Pianta, un excéntrico veneciano del XVII que recubrió las interminables paredes de la sala alta - cuando digo interminables, es porque calculo mal a ojo -, con un retablo de madera labrada, casi repujada, a la italiana manera de tratar el cuero o el pergamino. En alto y bajo relieve, se suceden y amontonan figuras, florituras, símbolos de significado inexpugnable y, por si eso fuera poco, una librería en trompe l'oeil pionero, con sesenta y cuatro libros falsos, dos señores muy raros, oscuras geometrías, y un par de botines verdes de tacón cubano. Boquiabierta busco claves, y le supongo tratos con Emmanuele Tesauro, un contemporáneo turinés que en su texto cannocchiale aristotelico sentaba las bases de la alegoría barroca. Poco se sabe de Francesco Pianta, creemos que murió en 1692 en Venecia, con sesenta años, le llamaban il giovane pero nadie da fe de que hubiera un vechio, no se le conoce maestro ni seguidores, por lo que su trabajo se queda en rareza excelsa , cajón aparte, un mixto de artesanía, arte, pensamiento y literatura jeroglífica. Ya entonces se hablaba de conceptismo, Pianta sería hoy un conceptual de culto.