Hace tiempo ví una película de Antonioni en la que alguien cuenta en un bar la historia de unos porteadores indios que, aunque iban subiendo con facilidad y sin fatiga la montaña, preferían parar de vez en cuando para no ir más deprisa que sus almas.
Soy lenta. Pensaba que había vuelto de Italia el sábado pasado pero todavía sigo allí. Este cuerpo mio del siglo XXI viaja mucho y tan rápido que mi pobre alma eduardiana, no puede seguirle el ritmo.
Como las llaves o las gafas, me voy dejando el alma en cualquier sitio y la obligo a volver renqueante a buscarme mientras mi cuerpo desorientado deambula sin ella, como golondrina sin alero.
No se que será de mí si un día, cansada de perseguirme, me deja sola, perdida, abandonada, en un definitivo cuerpo a cuerpo.