martes, 1 de diciembre de 2009
El día de la Revelación
A los dieciocho años la vida no ofrece un abanico sino un laberinto de posibilidades. Hay que arriesgarse y emprender, con atrevimiento y cautela, todos los caminos hasta encontrar el sinuoso que conduce a la plazuela de los besos con sus muros de jazmín y su olivo en el centro. Y hay que saber retroceder y tirar para delante, y saber dormir y saber despertarse. A los dieciocho años hay que aprender cartografía y epistemología, hay que catar la metafísica y no despreciar la numismática.