miércoles, 25 de marzo de 2009
Y el amor es un esqueje
Aunque no quiero caer en trampas líricas o metafóricas de baja estofa, mi infancia fue un jardín, mi infancia es aquel tiempo en el que toda la complejidad del universo cabía en un jardín. Me guste o no, debió ser así y ya sin remedio, porque siempre que, por jovial o por melancólica, trato de recuperar mi yo de los primeros años, cuando rebusco en la memoria esas huellas generacionales lógicas de formicas, poliéster, vinilo, la perrita Marylin, piscinas de riñón, pamelas, Du-Du-A; o bien las otras huellas, las más íntimas y deseables, de voces, tactos, cosquillas matinales, risas ahogadas en un sillón de orejas, cura sana culito de rana, fiestas de cumpleaños o rabietas frente a un plato de sopa; toda vez que lo intento, ante mi estupor nada de esto aparece, no está, nada de nada. Y sin embargo vuelve a mí, en mí, vivo, nítido, inevitable, el recuerdo del jardín, un jardín en el que siempre era verano y soledad, una propiedad privada, reino secreto, tierra de viajes, lugar de inagotables misterios. Mi jardín, el miedo, la patria, el paraiso.