Desde el mosquitero, mientras Marcus iba tomando medidas de futuro, la araña le miraba fijamente a los ojos. Que estuviera a menudo borracho en los meses ardientes y ocasionalmente borracho en los monzones, no significaba en absoluto que fuera un borracho. En Madrás todos los europeos bebían, decían hacerlo para no enfermar de malaria, o para superar el calor de Oriente, les parecía recomendable para prevenir la disentería e imprescindible para no caer en el temible y sudoroso insomnio. Desde cualquier barra de club se impartían prescripciones terapéuticas, hasta que te descubrías difundiéndolas tú mismo, con un brandy de continuidad en la mano, ante el recién llegado de turno en su traje de lino todavía crujiente. En la India británica, el alcohol parecia curarlo todo, excepto, y en eso Marcus era muy explicito, la picadura de las serpientes.
La bebida en realidad, intentaba aligerar ingenuamente la presión del trópico en aquellos que , como él, habían alcanzado esa latitud por accidente.
La araña corre hacía un lateral del mosquitero, será porque ya llegan desde Mannadi Road los ruidos cotidianos y tranquilizadores del ajetreo en el templo de Krishna, baldes de agua que entre risas y escobazos, corren por el suelo de piedra, pasos precipitados, canturreos. Con su cómica solemnidad occidental han comenzado a repicar las campanas de Santa María de los Armenios, Son las siete, el termómetro marca 90º F. En un momento Saroja entrará en la habitación con un té especiado y fideos con azucar; Para Kangi traerá con mimo granitos de anis mezclados con pimienta.