viernes, 29 de mayo de 2009

La mangosta de Marcus VI


Poco puedo recordar de la travesía, un grupo de comerciantes demasiado habituados al viaje me ofuscaron con sus alegres chalecos hasta el punto de hacerme perder pequeñas sumas al poker; Por educación,bailé con cierta frecuencia con señoritas faltas de interés que insistían en ser formales, y por inexperiencia, sufrí un mareo indigno a la altura del canal de Suez que afortunadamente me impidió escuchar los comentarios tan entusiastas y precisos como tediosos que difundía, a voz en grito y en un inglés atroz, el ingeniero Delamalle quien, verdad o no, se presentaba como cuñado de Lesseps y su consejero aulico.
Aburrido ya de la rutina naútica, dejé el Hindustán en Calcutta y me embarqué en el Clyde, un velero de tres palos y más de cincuenta años de vida que comerciaba en Indigo y admitía pasajeros ocasionales. Ibamos llegando a Madrás el seis de Junio de 1872, era mediodía, yo no sabía que pudiera hacer tanto calor en este mundo, llevaba una rala barbita de cinco días que pensaba afeitarme en tierra y una chaqueta de dril rayado. Admiraba ya la silueta del puerto desde cubierta cuando empezamos a sentir una extraña calma en las aguas y una apoteosis de silencio, nada sonaba, apostados en la jarcias flácidas nos miraban callados los cormoranes y las gaviotas que desde hacía un rato venían acompañándonos con graznidos que olían a tierra; El viento había muerto sin un suspiro precursor. Conocí un miedo nuevo cuando en un instante torrido de aquel primer mediodía mío en la India nos fueron envolviendo las sombras, creí que no llegabamos a Madrás sino al fín del mundo. Durante tres minutos fue la noche oscura, había atracado en mi nueva vida con eclipse , no se que habría pensado la tía Agatha .