Queríamos convertir Europa en el Cathay de Marco Polo bajo el reinado de Kublai Khan, queríamos ser amantes anónimos en territorios inexplorados. Henry propuso que nos bajáramos de los trenes con los ojos vendados para no ver los nombres de las estaciones, propuso confiar en extraños con bigote, dormir sólo en casas sin ascensor, plantar semillas en tierra ajena, y bajo ningún concepto leer el periódico.
Fue un otoño largo y perfecto en el que dimos a Roma un nuevo nombre,Puerta.
A todo color y en papel pautado de urbanistas, dibujamos un mapa de la ciudad y fuimos bautizando a discreción plazuelas, fuentes y callejones. Nuestro criterio, exclusivamente empírico y personal, nos prohibía utilizar referencias históricas o guiños culturales, y así surgieron: El pasaje de la Lágrima fácil, la Fuente de los Seres feroces, la calle del Desconcierto, la plazuela de los Besos,el recodo de la Risa, la cuesta Sin futuro,el callejón del Melón, la escalinata del Alemán, la Fausta avenida, la plaza del Mojicón asombroso, El parque del Revolcón, la calle del Error fatal, la travesía del susto, el cruce de las Faldas al viento... El café apasillado en el que desayunábamos cada día creo recordar que se encontraba en la esquina de Bostezos con Entusiasmo.
Queríamos que la ciudad que tanto había visto, lo olvidara todo y hablara solo de nosotros. Y que nosotros, por amor, por algún tiempo, no fueramos de nadie ni desde ningún sitio. Tampoco, por una vez, queríamos ser listos, sólo ser nuestros.