viernes, 12 de junio de 2009

Y dale con la infancia

Mis años de colegio siempre fueron para mí un paréntesis, un tiempo muerto en la que yo consideraba mi vida real, mi asilvestrada y libre vida real en Africa. En el Colegio de la Asunción de la calle Santa Isabel 46 – el antiguo palacio de Antonio Perez, ministro de Felipe II- me sentía extranjera, una rareza poco lucida, no lo suficientemente rara para resultar exótica, entre las ideales niñas de Madrid que llevaban pulseras de pelo de elefante, y estribos en los mocasines. Yo no conocía el mundo abalorio, mis zapatos nunca eran los oportunos, y tampoco mi ropa, siempre demasiado grande o demasiado pequeña - no quiero ni pensar en el jersey de la foto, recuerdo su tacto acrílico y cómo cuando lo estiraba me cubría con amplitud la falda; los calcetines marrones resbalaban por mis pantorrillas flacas y el pelo, también resbaladizo, escapaba obstinadamente de la voluntariosa coleta para flotar a mi alrededor en un halo de greñas ratoneras. Mi madre solía aparecer en octubre para comprarme material escolar y vestuario, mi padre venía en Mayo para acompañarme a la Feria del libro y a tomar montaditos de lomo en un bar de la calle Huertas; mientras tanto campaban, siempre lejos, por sus respetos. Nadie me informaba de nada, yo ignoraba los usos y costumbres de la gente de bien, no tenía habitos ni rutinas, en mi casa nadie tomaba gazpacho, no sabíamos lo que era el pisto ni la fabada, en Semana santa no visitabamos las iglesias ni en Navidad ibamos a la misa del gallo. Y, hablando de aves y Navidad, en Nochebuena en mi casa no se comía pavo sino perdices en escabeche. Yo era tímida y jamás preguntaba, como nadie me puso al tanto de los cambios de la pubertad, viví de susto en susto los años clave, asumiendo con entereza que moriría en breve de vergonzosas enfermedades y sufriendo en silencio. En cuanto al sexo, pues un desastre. Como los libros y películas a mi disposición eran poco explicitos, y ni siquiera las novelas verdísimas de Vicky Baum daban datos fehacientes de nada , yo, que seguía sin preguntar, no supe que había besos con lengua hasta los quince años cuando con superioridad y evidente desprecio, me informó del tema Maria José S. Al verme poco convencida, recuerdo que añadió : ¿Y como cres que mi hermana Espe y su novio se pasan el chicle mientras se besan ?, me dejó asqueada y perpleja, sin cuerpo para el amor. Maria José, entregada a su labor didáctica, me reveló también los complicadísimos misterios de la reproducción, Dios mio, tecnicismos sexuales a mí, un joven hibrido de Wendy, Guillermo Brown, Escarlata O´hara, Calamity Jane y Virginia Wolf, a mí, absurdo ser irreal que solo buscaba palabras de amor, bailes de luna llena, debates filosóficos, una vida aventurera y románticos abrazos. Menudo lío y menudo chasco. Además, o a más a más, yo era muy bajita y nadie me llevó a hacerme la cera, así que socialmente me veía lo peor de lo peor. A pesar de lo dicho, creo que conseguí hacerme con cierta popularidad entre mis pares, debida, supongo, a que confundían con ingenio mi inocencia y con rebeldía mi ensimismamiento. Me veían libertaria y osada cuando en realidad yo solo quería ser una niña muy buena y que me dejaran leer a todas horas.