El teatro olímpico es ingenuo y culterano, egolatra y hermoso. La basílica es romántica y comedida, es Jane Austen en Bath. La Rotonda es más templo solitario que bucólica villa, nada en ella recuerda la Villa Carreggi de Lorenzo.
El Palladio podría ser un arquitecto alemán muy erudito que sabe de ciencia agropecuaria , respeta la heráldica y venera a sus mayores . Un nibelungo tardío que, abrigado y con termo, viaja levemente por el Peloponeso en Febrero, lee a Vitrubio, descubre la geometría aplicada, y llora mientras dibuja el Panteón en Roma . Un descontento con su tiempo y su geografía que cuando vuelve a su casa digamos que angosta de Turingia, busca recrear en las llanuras grises un atisbado mundo clásico que simboliza, en piedra y en grandeza, lo que en realidad nunca fue, y está poblado de señores magnánimos que viven fuera de escala y visten pesados peplos.
Como por suerte a Palladio le nacieron en el Veneto, su incoherencia cultural e histórica nunca pareció tal, dos siglos después de su muerte, Piranesi, entre loa y parodia le sigue la corriente y le engrandece, Inigo jones y los del Gran Tour le divinizan e imitan, la aristocracía americana de Virginia cae de rodillas ante él y se lía a construir villas y columnatas que llegan, pórtico tras pórtico, hasta la Casa Blanca .
A este gran arquitecto poco práctico que recreó la antigüedad utópica, los del siglo XVIII le reivindica porque son alocados neoclásicos, y no perciben la distancia y el frío del maestro de Vicenza porque le han archivado ya en el peligroso cajón de los viejos visionarios geniales que vivieron en fechas confusas. Y ocurre también que para entonces, y más aún para ahora, el tiempo y el clima de Italia y su pereza, habían desteñido los edificios del Palladio hacia el rosa local, habían pasado la lengua golosa por el azucar de sus arquitrabes y sus arcos, por los fustes de sus columnas hercúleas. El tiempo sabio de Italia, viene y va, pasa y sigue, el tiempo, tempo musical de Italia tiene como único destino la belleza.
Y aunque me deje fría y diga yo estas cosas , admiro al Palladio ¿Cómo podría no hacerlo?, todos admiramos al Palladio y sus villas imponentes que suelen dar la espalda, las cuatro espaldas, al jardín y a la vida, porque, desde perspectivas imposibles, todos querríamos ser, alguna vez, no para siempre, personajes de su teatro de los sueños, patricios perdidos en las colinas del Veneto.