Me gusta caminar y mi horario laboral es laxo, de modo que sola o con cómplices, paseo la ciudad de verde en verde.
Salí con Marina, gran compinche, la semana pasada, y me llevó a la Quinta de los Molinos. Es un parque público, inaugurado como tal en época del alcalde Tierno Galván, se encuentra al final de Alcalá, supongo que por San Blás. En 1920, un conde regaló este terreno de 27 Hectareas - Y algunas más- al arquitecto alicantino Cort Botí, quien le construyó su palacete en la calle de Martinez Campos y era por entonces concejal del ayuntamiento . Se conserva gran parte del trazado inicial que buscaba reproducir el espíritu de los huertos/ jardines mediterraneos y su vida placentera, hay un gran campo de almendros y también olivos, fuentes de ladrillo rojo, varios estanques, un anfiteatro o pista de tenís digna de la costa azul, dos molinos y una casa elegante con aire vienés. Y de un lado a otro, una red de paseos sombreados, plazuelas y banquitos, es triste que el pintor Sorolla muriera en 1923 porque todo me remite a él.
Este domingo comí con mis compadres, nos propusieron cuatro días de camino de Santiago en Octubre. Con el entrenamiento de futuros peregrinos como excusa, salí ayer con Jesus de marcha por el sendero a orilla del Manzanares en el Pardo. Comienza el paseo en un olmo centenario protegido por semicirculo de granito, mas adelante, en un recodo natural, hay un columpio sobre el río y entre los juncos. Cruza el tren muy alto sobre el puente con su chucuchucu en la memoria y pañuelos blancos de adios en el recuerdo; corre un conejo, ladra un perro, pasan a trote atlético los soldados, se besa una pareja en el pinar. Y encontramos encinas, fresnos, robles, alámos, chopos, enebros, y jaras y retamas, y romero y cantueso. Al otro lado del río vemos el monte de la Zarzuela, donde pastan los ciervos, sobre nosotros, gritan grajos y cuervos.
Hoy, mi amigo Ka-Txu- Li ha sido el guía experto en un paseo largo por el parque de Juan Carlos I. Una enormidad. Tienen ría navegable, jardines moriscos, judios y cristianos, fuentes de marmol blanco y de marmol negro, invernadero y paisaje japonés, bicicletas, colinas, catamarán, y hasta carpas nadando en un lago inmenso con isla artificial, pescadores y patos. En un cesped pálido, vuelan las cometas como en Hyde Park, juegan los niños en dos grandes carabelas de madera y, junto a las 21 hectareas de olivar, un campo de golf amarillea y se democratiza.Hay un ritmo de espacios muy abiertos y vistas panorámicas del horizonte urbano, de repente ajeno. Toda la vegetación anda todavía joven y titubeante, impotente ante masas de cemento, pistas pavimentadas y arrogantes farolas. De momento, la arquitectura ha vencido al paisajismo, pero a la naturaleza, solo hay que darle tiempo.