Los Simorach me caen fatal de la fatalera. Los Simorach son mis vecinos, creo que ya he hablado (mal) de ellos en este blog. Los Simorach son elegantísimos, tienen chalet con jardín, tres hijos adolescentes, un perrito de Pomerania y dos criados filipinos con librea de botones dorados. Llegaron al barrio hace cuatro o cinco años y encargaron el jardín a un paisajista de mucho gusto y campanillas, les quedó esplendido, al menos el tramo que yo podía vislumbrar tras la tapia, grandes setos de boj, escalonias, pergola de wisteria, laureles en grandes macetas florentinas. Un día, estaban recien llegados, coincidí con el señor Simorach en la calle y trotando como un joven cocker me acerqué sonriente, le dí nombre, apellido, número de calle y piso, me presenté y ofrecí como vecina, alabé su jardín:
Os ha quedado precioso, parece un diseño inteligente y muy madrileño, algún día me encantaría verlo, hay pocos jardines tan bonitos por aquí.
A pesar de que es muy bajito, Simorach consiguió mirarme de arriba a abajo y dijo:
Por detrás también ha quedado espectacular pero es privado.
Y así, sin un adiós, cerró en mis narices la cancela de hierro verde oscuro de su morada. Llegué a mi casa con las orejitas de cocker arrastrando por el suelo.
Aquel comienzo, que firmó el fin de nuestra relación, fue francamente malo. Poco a poco, en el barrio nos fuimos dando cuenta, y comentando por el mercado y los corredores comunes, que en esa casa la arrogancia no era una opción sino un mal endémico.
Simorach no reconoce ni saluda, su mujer no baja del todoterreno y el señor filipino de la librea que pasea al pomerania, tan bajito como su jefe, me mira también de arriba a abajo cuando, cada uno con su chucho- las mías son dos:Blacky y Purris- nos encontramos por la calle a diario. Se que resulta dificil de creer pero no es por ello menos cierto: hasta el mínimo pomerania, no contento con mirar de arriba a abajo a mis perritas, consigue, desde su pequeñez, lanzarme esa mirada atroz que se ha convertido en marca de Fabrica de los Simorach y siempre me hace pensar que voy despeinada.
Pero no se trata de registrar aquí heridas personales, sino de plantear la realidad de mis vecinos como metáfora, y entro así a comentar la conducta de los herederos Simorach.
Cuando llegaron eran tres niños de caras borrosas tras los cristales ahumados del omnipresente - literal, nuestra calle es corta y estrecha - todoterreno, pero fueron creciendo y ahora son tres adolescentes ruidosos que se han convertido en el terror del barrio. Ensucian con graffitis de pesimo gusto y nula pericia nuestros muros, rayan los coches, estrangulan los geranios, y dan fiestas tremebundas. La casa de los Simorach da al descampado/expalacete/jardín salvaje al que a su vez da mi ventana, y desde aquí, desde esta mesa, oigo mes tras mes, la música vocinglera y vulgar que hasta el amanecer ponen sin control de volumen, en cuanto se quedan solos supongo, porque los Simorach padres viajan muchísimo. Los cachorros Simorach se entretienen en sus fiestas tirando desde la terraza trasera de su casa, botellas, botellones y latas al descampado/expalacete/jardín salvaje, y como se juerguean tan a menudo y beben tanto, lo tienen ya sembrado de cascos, vidrios rotos y otros restos, da mucho asco y pena.
Y aquí me digo ¿Quienes son los Simorach?, señores con fachada impoluta y trasera de cochambre, padres conservadores y pinceleros con tres hijos que son los temidos chorizos gamberros del barrio. No se bien que metáfora plantea esta realidad pero se que es fea y dañina.
No quiero Simoraches en mi vida ni en mi sociedad.