Visita a los mellizos recien nacidos de Carmen, vida a estrenar, ternura compartida y agotamiento materno. Salimos alegres, expandidos, dicen en Oriente que los niños recien nacidos son, en este mundo, lo más próximo a la divinidad de la que provienen y, solo el sostenerlos ennoblece. Comentando orejitas puntiagudas y pestañas largas, bajamos por General Ricardos hasta Marqués de Vadillo, cruzamos el puente de Toledo, todo obras, todo promesas de jardines junto al río. Un cartel municipal dibuja un futuro idílico en el que florecen con profusión las camelias sasanquas y el ,otrora humilde, Manzanares, corre caudaloso, rizado por el vuelo de ánades reales que anidan en juncos bamboleantes. En fín, Pirámides a un lado, Carabanchel al otro, y allá en el frente, Ocaña, como poco; a pie de realidad, cuando veo nuestro río miserable pienso en el Sena, el Tamesis, el Hudson,el Ganjes, el Yamuna, el Danubio, el Tiber incluso, y la verdad es que me acochino.
Y ya que el río me deprime, me centro en este puente peatonal que incita al paseo - las obras no serán eternas - y me gusta bastante. Es un apogeo del granito escurialense en formas barrocas del dieciocho, los muros se rematan cada tanto en grandes alcachófas arquitectónicas y, en el centro, a cada lado del puente, en sendas hornacinas churriguerescas, Isidro y María de la Cabeza, nuestros santos patronos, imparten su bendición para el viaje, por corto que sea, que emprendemos. Porque un puente es siempre lugar de paso y cualquier paso supone ya un viaje azaroso.