Ayer estuve con Catherine Fine, ella me habló del pintor John Marin (1870 - 1953) sobre quien, hace unos años, publicó el estudio más exhaustivo y autorizado. Casi le había olvidado. Hace tiempo, leyendo a Clement Greenberg, en un ensayo de los años cuarenta, encontré su nombre : Los dos mejores pintores americanos del momento son Pollock y Marin. Busqué entonces información sobre aquel Marin que ni me sonaba; di con un acuarelista encantador y raro, tenía algo de los pintores parisinos de Un americano en París, que vendían a los turistas pequeñas acuarelas cubistas y buffetianas de la ciudad, la lluvía o el sol siempre caían en rayos sesgados sobre sus calles. Marin fue en efecto un Americano en París pero volvió pronto a casa y durante años supo pintar la ciudad de Nueva York, la costa de Maine y mis queridos Adirondacks.
Marin se formó como arquitecto y toda su carrera de pintor es en efecto una arquitectura de planos que construyen y derriban estructuras complejas con ligereza, en la doble dimensión de un pequeño papel poroso.
Aunque he elegido esta acuarela (1922) casi mínimal de dos veleros en Maine - si por la mañana se puede tener el mar, por qué conformarse con otra cosa -, sus imágenes del puente de Brooklyn o del edificio Woolworth son una radiografía veraz de la ciudad que nunca duerme y se mueve a ritmo de jazz y talonario.
La historia es olvidadiza y caprichosa, limpia, pule o arrincona, consulto datos y veo que en 1950, los artistas que representaron a Estados Unidos en la Bienal de Venecia fueron Willem de Koonig, Jackson Pollock y John Marin.