Como se que las exposiciones sesudas y los estampados grandes no me favorecen, por lo general evito unas y otros pero hay días para todo y, ya que me han regalado un chal indio de flores enormes que me sienta muy bien, intentaré contar con elegancia la historia de Er, el guerrero que cayó en glorioso combate y resucitó, doce días después, para relatar lo que había visto y oido en el mundo de los muertos.
La cuenta Platón en el libro X de La república. Con elementos de Oriente y Occidente, el filósofo esculpe en esta narración una imaginería propia, en la que los conceptos de reencarnación y libre albedrío se incorporan a la geografía clásica del Hades para ajustarse a los ideales platónicos de justicia trascendente. Es también, por cierto, en un apartado de este relato donde se nos describe el movimiento de los astros y la música de las esferas de la que hablaba Pitágoras, el maestro lejano.
Ocurre que tras la muerte, el alma llega a una pradera apacible de la que parten cuatro túneles, dos de ellos en el cielo y los otros dos en la tierra. Frente a sus bocas, se sientan los jueces que envían, con instrucciones en el pecho, las almas de los justos hacia el cielo y hacia el subterraneo reino oscuro, las de los injustos. Por el tunel celeste del retorno, vuelven las almas puras y sin mancha, diez veces fueron recompensadas por cada bondad que hicieron, mientras que por el otro que comunica con los abismos subterraneos, llegan, polvorientas y demacradas, las de los malvados, diez veces castigadas por cada injusticia que cometieran en vida. Hay algunas almas tan perversas que quizás no regresen nunca a la pradera, dicen que cuando intentan salir, la abertura del tunel les rechaza con un rugido atroz y unos seres incandescentes les obligan a retroceder hacia lo hondo.
Una vez que han ajustado cuentas con el pasado, a todos corresponde renacer en la tierra con un nuevo cuerpo y condición, se echan las suertes y les presentan una variedad infinita de vidas posibles, humanas y animales, entre las que pueden elegir libremente, cada cual es responsable de su elección, la divinidad no es responsable. Este es, según Platón, el momento decisivo en que cada cual decide su destino y debe utilizar su discernimiento para optar por una vida dichosa y digna de vivirse, sin que las apariencias de gloria ni los prejuicios de la vida anterior le engañen. Como el discernimiento es a menudo pobre y la elección compleja, muchos son los que se equivocan. Una vez elegido el destino, cada cual recibe su Daimon que les acompañará en la existencia y velará por ellos - el Angel de la Guarda de la tradición cristiana -. Cuando todas las almas presentes han hecho la elección, se encaminan juntas a la sofocante llanura por la que transcurre Leteo, el rio del olvido, al que llegan al anochecer y del que pueden beber y refrescarse, pero con cuidado, porque los que beban en exceso, perderán absolutamente la memoria, sólo los frugales que se contenten con beber lo necesario conservarán vagos recuerdos de otras vidas en la próxima,hacia la que hora se encaminan. Las almas, cansadas, se adormecen pero con la medianoche, retumba una tempestad que las despierta del sueño para lanzarlas como estrellas errantes en el mundo de los hombres donde estrenarán un presente, un yo y un cuerpo.
En el mito de Er, por primera vez en la historia de Occidente, se plantea el eterno retorno del alma y su reencarnación, y se presenta al individuo como responsable último de su destino. Esto es serio pero la historia ofrece también encantos accesorios, una representación ingenua y brillante del cosmos, el satisfactorio rechazo a los tiranos, un ideal del gobernante filósofo, las siempre fotogénicas moiras vestidas de blanco, cotilleos del momento que nos ponen al día del who is who del Hades o del destino que eligieron los heroes clásicos: Agamenon quiso ser águila, Ulises escogió la vida tranquila de un particular, Orfeo prefirió ser cisne y Epeo, el artífice del Caballo de Troya, quiso renacer en una mujer habilidosa. Platón es sesudo, si, pero entretenido.