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Debo estar enloqueciendo pero al lado de Cezanne ninguno de sus magníficos contemporáneos me hace ya efecto, es como si pintaran para fuera y no hablaran más que de pintura, naturaleza y sociedad.
Ya iba tranquila ampliando la visita cuando ¡Zas!, topé con Picasso en el retrato de Gertrude Stein, El actor, y un Arlequín sombrío. El llanto que había escampado volvió con más fuerza e irrefrenable. Las tres obras maestras nacían claramente de Cezanne y están unidos a él por hilo de rigor y de hierro. Un Picasso joven pintaba, con mano privilegiada, estas obras en París cuando el otro, ya anciano, aún vivía y pintaba,con dedos torpes, en Provenza. El retrato de la Stein, el más tardío, lo terminó tras muchos avatares en primavera de 2006, Cezanne moriría el próximo otoño. Hoy en su brillante ala del Metropolitan, he visto a Pablo y Paul unidos en la intensidad, la verdad y el compromiso interior, aislados los dos en un secreto que los otros ignoraban.
Hay experiencias inefables, prefiero limitarme a contar que hoy en Nueva York un vigilante de azul me ha prestado su pañuelo.