Me revientan los que van de sensibles porque suelen ser zotes pero empiezo a creer a mi médico cuando me diagnostica hiperestésica. Hoy he hecho un ridículo espantoso en el Metropolitan Museum de Nueva York. Podría haber sido en otro sitio menos apabullante pero ha sido irremediablemente aquí. Yo iba a ver los Cezanne de la colección, 22 expuestos, y he entrado tan normal pero ha sido acercarme a este campesino que sale en la foto, y he roto en llanto, para seguir lagrimeando con Hortense y con el tío Dominique, con la casa agrietada y con las bañistas , con el Pachá, con la juerga campestre, con la Montaña y con los bodegones. En este Museo son amables y te dejan pegar los ojos y la nariz al cuadro sin reprimenda. Resulta emocionalmente devastador ver tan cerca la textura mate de Cezanne, sus golpes de espátula y pincel, las capas de pintura craquelada y todavía cruda, su sinceridad inquebrantable, su evolución, su voluntad y su aprendizaje. He tenido que sentarme en un banco de madera para sosegarme porque me caían lagrimones bajo las gafas y todo lo veía borroso .
Debo estar enloqueciendo pero al lado de Cezanne ninguno de sus magníficos contemporáneos me hace ya efecto, es como si pintaran para fuera y no hablaran más que de pintura, naturaleza y sociedad.
Ya iba tranquila ampliando la visita cuando ¡Zas!, topé con Picasso en el retrato de Gertrude Stein, El actor, y un Arlequín sombrío. El llanto que había escampado volvió con más fuerza e irrefrenable. Las tres obras maestras nacían claramente de Cezanne y están unidos a él por hilo de rigor y de hierro. Un Picasso joven pintaba, con mano privilegiada, estas obras en París cuando el otro, ya anciano, aún vivía y pintaba,con dedos torpes, en Provenza. El retrato de la Stein, el más tardío, lo terminó tras muchos avatares en primavera de 2006, Cezanne moriría el próximo otoño. Hoy en su brillante ala del Metropolitan, he visto a Pablo y Paul unidos en la intensidad, la verdad y el compromiso interior, aislados los dos en un secreto que los otros ignoraban.
Hay experiencias inefables, prefiero limitarme a contar que hoy en Nueva York un vigilante de azul me ha prestado su pañuelo.