Arielle Dombasle era demasiado, yo soy más de Beatrice Romand y sobre todo de Marie Riviere, Delphine en El Rayo verde, aquella morenita cargada de buenas intenciones que hacía la vida imposible a los otros sin querer y paseaba su vaga desgracia y su vergonzante soledad por idílicos senderos de Agosto en el sur de francia, con fondo musical de chicharras y bicicletas.
Si Ritchmal Crompton me hizo conocer y amar la Inglaterra profunda - gracias a Guillermo Brown nada en ella me sorprende -, fue Eric Rohmer - nombre falso, como el mío - quien me aficionó a esos veranos a la Francesa que, por él, busco y añoro como propios. Se también por Rohmer que el rasero con el que se miden los paises no debe situarse en sus extremos sino en sus clases medias, y que la vida e incluso la conversación o el amor, puede ser interesante aunque no sea aparatosa. Rohmer, sin alharacas, defendió el canón femenino de la belleza interior y no incidió en la guerra de los sexos sino en los conflictos íntimos del individuo. Tenía un excelente gusto musical y artístico, era elegante, culto y empático, su sentido del humor era sutil y duradero.
Si, como debe ser, descontamos a los indiferentes, creo que hay dos tipos de personas: los que adoran a Rohmer y los que le detestan. Yo pertenezco al primer grupo.
" Una por una, mis películas son más criticables, digamos desiguales, que en conjunto. Se sostienen las unas a las otras y ganan cuando están juntas. Me gusta que mis películas se vuelvan a ver como se vuelve a leer un libro, están hechas para eso, es la parte de escritor que hay en mí ". Eric rohmer