viernes, 22 de enero de 2010
La ciudad en invierno
Solo conocía Nápoles en Verano. Nadie en Enero tiende ropa en las calles, nadie saca las sillas a la acera. En invierno la ciudad no huele, no humea, no suena, parece casi vacía, casi callada, casi quieta. Se revela al viajero con cautela, en portalones abigarrados por negocios insólitos, en cerámica Justiniana, en callejones pavimentados de piedra volcánica, en palacios arruinados, en escaleras barrocas, en museos polvorientos, Vai, Vai, Vai. Los napolitanos esperan que el catorce de Octubre empiece un mundo nuevo, sin camorra, mientras toman bombones de Gandhuja y hablan de futbol, de política y de arte, del volcán y de vino, del mar y del pasado. En la via de Chiaia se reunen los Cavalieri de le nuove porte para defender la artesanía y la belleza, un joven desencantado toca la guitarra despacito en la riviera mientras atardece a la antigua en Partenope. El cocinero me sugiere pasta hortelana, Totó abraza a Eduardo di Filipo desde una foto grande en blanco y negro. Todo aquí está fuera de escala, no hay verdades que no sean contradicciones, y yo quiero huir de Capo di Monti con Ludovico Gonzaga de Mantegna bajo el brazo.