viernes, 15 de enero de 2010

La rosa de la Martinica I

Decían que ni los más viejos recordaban un verano tan cálido como el de mis catorce años. A finales de Julio llegó el viento de Levante y durante siete días aquello fue el infierno, los pájaros caían muertos en la carretera y mi amiga Mari Pepa tuvo que ir al médico porque se había quemado las manos al tratar de agarrarse a mediodía a la escalerilla metálica de la piscina.
No ibamos a la playa, los hermanos pasaban el día durmiendo y riéndose con sus amigos en las hamacas que habían colgado entre las acacias.
Aquel verano yo vivía en el sofá verde de la galería, los almohadones de terciopelo rellenos de plumas estaban fríos y cuando dejaban de estarlo les daba la vuelta, era como tener aire acondicionado. Las persianas de madera se dejaban entornadas y Hadisha regaba los azulejos del suelo cada rato.
Hielo, Coca Colas y la caja de lata de las rosquillas en la mesita de marmol, yo iba a cumplir catorce años en Septiembre y pasé todo aquel verano sola y leyendo sin parar en la fresca penumbra del sofá, tan a gusto.
El criterio para elegir entre los libros de la biblioteca no era muy riguroso, pedía que el nombre me gustara, que el final no fuera demasiado triste y que no tuviera muchas páginas de guerra, si había amor y besos, mejor, pero no era imprescindible.
Así cayó en mis manos Désirée de Anne Marie Selinko.
El libro, de unas setecientas páginas, pretende ser el diario íntimo de Desiree Clary, la primera novia de Napoleón, mujer de Bernadotte y por tanto reina de Suecia y fundadora de la dinastía todavía reinante. La novela fue a mi sofá lo que Georgie Dann a los chiringuitos de playa, se convirtió en el centro magnético de mi vida y mis pensamientos, me hipnotizaba la rocambolesca pero verídica trama, reflexioné con el escepticismo payés de Laetitia Bonaparte y lo que este implicaba, sufrí los amorosos achares y me creí vestida por la suave belleza de las sedas de Lyon. En general, me entregué a Napoleón, su personalidad y su tiempo, pero sobre todo, como al parecer le ocurrió a la Desiree histórica y desde luego a la literaria, caí rendida ante los imperecederos encantos de Marie-Joseph-Rose de Tascher de La Pagerie, más conocida como Josephine Beauharnais, Josephine Bonaparte, la emperatriz Josephine o La rosa de la Martinica, la mujer que, aquel verano, iba a cambiar mi vida .