Cuando estoy triste,voy al Prado y me siento frente a la Adoración de los Reyes de Rubens. Sean cuales fueran mis males, la receta no falla, al rato me encuentro mejor y empiezo a notar un cosquilleo sonriente que me sube cabrioleando desde las tripas hasta los ojos. Este cuadro enorme y al tiempo infinito se pintó en dos tandas, la primera en 1609, por encargo del Ayuntamiento de Amberes que a su vez lo regaló tres años más tarde a Rodrigo Calderón, como reconocimiento de su buen hacer en las negociaciones para la deseada tregua con los Paises Bajos, en las que intervino como enviado del rey Felipe III en Flandes. Cuando en 1621, pocos meses después de la llegada al trono de Felipe IV, decapitan a Rodrigo Calderón en la plaza Mayor de Madrid - del tipo y su historia hablaré otro día -, el cuadro pasa a ser propiedad del rey, quien lo cuelga muy ufano en sus aposentos del Alcazar. Pasa el tiempo y, en 1629 asuntos diplomáticos llevan a Rubens, cortesano y hombre de mundo, a la Corte de Madrid . Como, por unas cosas u otras, el movidito cuadro se veía por entonces muy deteriorado, piden al artista que, aprovechando su visita, lo arregle un poco. Rubens que ha venido para tratar asuntos de estado, ya ocupa su tiempo libre pintando a troche y moche retratos de españoles ilustres, pero acepta el nuevo encargo porque puede resistirlo todo menos la tentación de meter mano a La adoración de los Magos. El corta y pega artístico era una de las especialidades del pintor, más pasión desenfrenada que afición, ya que a despecho de las protestas de sus autores, llegó a retocar y ampliar muchos de los cuadros ajenos que componían su colección privada. Aunque Rubens está atareado y sólo en Madrid - quiero decir con esto que no ha hecho el viaje acompañado de su famoso taller al que con ligereza atribuyen gran parte de su trabajo-, no se contenta con restaurar con cuidado y fidelidad su obra sino que aumenta en un metro de lienzo el contorno superior horizontal y en otro metro- más o menos- el lateral derecho. Con nuevo espacio por delante, se entusiasma y sigue ruta, añade camellos y un mulo relinchando, antorchas, angeles y cielo, introduce su juvenil y elegante autoretrato en un extremo, restaura meticulosamente los deterioros, humaniza el estilo de la Virgen, convierte el grana de su capa en un azul profundo y aclara su túnica en un austero rosa vegetal, le acorta el velo, dulcifica y escora su rostro para conseguir mayor complicidad con el espectador, adelgaza al niño, envejece a San Jose, adelanta unos mozos de carga que estaban al fondo para que equilibren los italianizantes colosos frontales, diseña estampado para el manto escarlata de un mago, añade en primer plano a la derecha un corcel tizianesco y pinta, brida en mano, a su hijo como distinguido paje . Creo que tuvieron que quitarle los pinceles y mandarle a casa cuando le pillaron encargando más lienzo de León a un propio porque empezaba a pensar que el cuadro le sabía a poco y se estaba quedando corto.
Me consta que para la melancolía no hay poción más eficaz que el entusiasmo destilado con unas imprescindibles gotas de disparate en alambique de genio, así que repito lo dicho: cuando estoy triste o desconfio del arte y los artistas, me voy al Prado a retozar con Rubens, sus magos y su magia. Vuelvo nueva.