Tal cual se le ve, camiseta Saint tropez y sombrerito mejicano, así apareció Vicario en nuestra casa con el plús de una bolsa de viaje muy elegante pero bastante pesada. Por no molestar pidiéndonos porte a la hora de la siesta y al grito de ¡ Autobuses a mí! , bajo el sol más torrido del año, venía andando él a pie ligero desde Pollensa, siete kilómetros de asfalto se hizo porque no conocía la vereda del torrente. Patidifusa, Le vi llegar silboteando, sin perdida de compostura - ni de apostura - , sin una gota de sudor ni un suspiro de queja, admiración tan solo profería por las vistas disfrutadas y los avatares pintorescos del camino: "En un arcén encontré un huevo duro fascinante, para marcar la entrada de una casa habían pintado con veladuras una piedra de rosa y otra de amarillo, sobre un campo de avena sobresalían los almendros jóvenes con tal belleza que, ya ves - señala la carne de gallina que se le pone con solo recordarlo-, las tancas de piedra son un prodígio, es una carretera llena de huellas, llena de signos".
Jose Luis Vicario es enfático en todo menos en sí mismo. Solo le fotografío de espaldas porque de frente se empeña en poner cara de malo áltivo. Él, mira tú, tan heróico, tan atento, tan educado y tan buen chico.
A más a más, cuando se fue, alejándose como Henry Fonda hacia la puesta de sol, nuestra cocina se quedo sin dueño, siempre recordaremos su ensalada de calabacín y sus peritas en vinagre.