Desde Lluch hasta la Vall de'n March, cruzamos la montaña por el camí vell que seguían los peregrinos. La mole familiar del puig Tomir a nuestra derecha, la possessio de muntanya a la izquierda, nuestro valle de frente, y luego el mar. Pero los caminos no son sus alrededores ni sus destinos, antes de llegar,tuvimos que atravesar el bosque.
En el bosque, la luz natural deja de serlo, es un resplandor tenue hecho de sombras, llega en rasante para atravesar los árboles, se mueve como una alimaña sobre el suelo cobrizo, huye de las madrigueras y pule las aristas de las rocas.
La luz del bosque es siempre de crepúsculo, la oscuridad llega sin avisar, en un instante, y todo lo confunde, todo lo envuelve, se convierte en crujidos y susurros, desprende piedras, desgaja ramas, es diez veces, cien veces, más profunda que en el valle.
Y cuando vamos, como niños perdidos y cautos por lo oscuro, el bosque se engalana de humedad, de memoria y de misterio, suplica que durmamos con él, nos asusta y al tiempo nos retiene.
El bosque, este bosque, es poco de fiar, siempre ha sido un amante mentiroso que a todos dice : Hasta que tu viniste, nadie en mí estuvo .