miércoles, 5 de agosto de 2009

Excursión a Inca

Inca es una ciudad prospera y menestrala. Inca es una señora de mediana edad, con mediana fortuna, mediana familia, menos que mediana belleza y razonablemente casada, que come lo que le viene en gana, lleva zapatos de mediano tacón y no se molesta en afeitarse el bigote. Para nosotros- incluyo familiares y amigos -, tan literarios, camperos, estetas y huertanos, la excursión a Inca es un clásico del verano. Tras aparcar cerca de la Iglesia, nos entregamos al callejeo ritual con paradas estelares, ¡Oh, el comercio de Inca!. Empezamos la ruta con un recuerdo a aquella mítica ferretería de la plaza Mayor, hoy reconvertida en galería de arte mediocre, en la que yo siempre hablaba de mi padre - ferretero frustrado- y Blanca Andreu de Don Juan Benet y su inspiradora frase : "No hay ferretero maricón". Superamos la nostalgia porque el supermercado Muller nos arroba, todo está en alemán, y eso, bajo el calor mesetario de Inca es muy impresionante, además de cremas naturales con diseños irresistibles, toallitas faciales de efectos mágicos, y tes francamente muy complicados, venden CDs bizarros -estoy muy afrancesada- quitamanchas eróticos, pastelillos impropios y huevos kinder con sorpresas todavía inéditas en España, todo a muy buen precio. Cruzamos a la otra acera para entrar en la tienda de telas toute la vie que ultimamente vira en exceso hacia el poliester. Este es el inevitable diálogo :
Yo.- ¿tienen tela de vichy amarilla?
Honrado dependiente.- sí, son aquellos rollos.
Yo.- ¿de algodón?
Honrado dependiente .- Al Cincuenta por ciento.
Yo.- bufo, me lamento y me marcho sin comprar, con un aire - en mis posibles- elegante, ecológico y ofendido.
Así se reproduce la escena año tras año, no se cómo no han puesto ya un cartel impidiéndome la entrada.
Un poco más allá, esquina a la plaza mayor con su kiosko de la música, está el café Mercantil , muy bien conservado en un decó tardío que roza el racionalismo soso. Mientras los mayores toman un horchata en la terraza, los niños - entre los que solapadamente me incluyo - compran fuegos artificiales y petardos chinos en una tienda gloriosa llamada Carnaval. Armados hasta los dientes, volvemos al Mercantil para enfilar desde allí la calle Balanguera, en busca del histórico horno de Can Guixe donde hacen unas cocas dulces de patata con sobrasada que tiembla el misterio, hojaldres finísimos de albaricoque que tiritan en la boca, y cuartos de merengue que saben a cita romántica.

Pero Can Guixe es sobre todo la patria de las galletitas de Inca, las Quelis, presentes en cada cocina de Mallorca. En 1853 comenzaron a hornearse en esta casa como respuesta a las necesidades de avituallamiento de los navíos en sus largas travesías oceánicas. Los Doménech, ya entonces, como ahora propietarios de Can Guixe, idearon, con trigo, poca sal y aceite ,estas “galletas duras de barco”, inspiradas en las “sea biscuits” inglesas. Y Con tantas creces superaron al modelo original, que llegaron a ser por algún tiempo, proveedores de galletas de la Northern ship company de Porsmouth que con las Quelis - algunos marineros y arenques ahumados, supongo - reinaba en el Atlantico a finales del siglo XIX.

Yo fui librera, creo que fui una buena librera, durante un corto tiempo, no era aquel mi destino. Admiro a los que sin mayor ambición de oropel o gloria, sin miedo a la rutina, conscientes de que jamás se harán ricos ni famosos, suben cada día el cierre de un pequeño local colmado de libros, albaranes y polvo, para pensar con criterio y honestidad en sus pedidos, y planificar con imaginación y seso sus anaqueles. Admiro a los que no se dejan asustar por las grandes superficies ni caen en la tentacion de los best sellers o la, más viscosa, de los jugosos libros de adorno; a los que con cultura y humor construyen una oferta personal y atractiva , a los libreros antiguos que leen a destajo en los tiempos muertos y siguen entusiasmándose con sus lecturas, a los que,saben reconocer y aconsejar, complices, al otro hermano lector que es el cliente.

Paula Valriu abrió la librería Espirafocs en la calle Bisbe Llompart de Inca, camino de la estación, hace veinticinco años, y allí continua en un ejercicio de idealismo, superación y estilo. No encuentro en Madrid una librería que me guste tanto como esta pequeña de Inca en la que también venden las neulas, obleas blancas de papel recortado a mano en caprichosas formas con las que se adornan en Navidad las iglesias de la Isla y las ventanas de nuestra casa. Hoy he salido de Espirafocs con los Viajes y Sueños de Juan Ramón, Pobre Richard de Henry James, La habitación de la torre de Benson, Muerte en Estambul de Petros Markaris, y Los grandes cementerios bajo la luna de Bernanos. He salido contenta.

Y "Esto es todo amigos", que no es poco, callejeo, nostalgia, calor, potingues alemanes, horchata de chufa, bandeja de dulces, risas, pirotecnia y libros han sido los frutos de esta, nuestra excursión a Inca del verano.