miércoles, 19 de agosto de 2009

Goethe y yo

Jesús se ha ido esta mañana a Madrid en viaje de veinticuatro horas, Jony ha amanecido con fiebre y síntomas de gastroenteritis benigna. Yo he aprovechado las circunstancias para quedarme todo el día tumbadaza en la cama, leyendo sin parar y comirreando esporádicamente productos de la huerta en sucesivas bandejitas que me traigo.
El tiempo es oro, y lo he gastado en zamparme las "Memorias de mi niñez" de Goethe. Me ha sorprendido, no el estilo que es el suyo, magistral, preciso, rico y ordenado, sino el enfoque. Habla poco de sí mismo y mucho de su familia y de su tiempo. La Francia del XVIII la conozco medio bien pero este siglo de Alemania, en los años previos al romanticismo que con el propio autor comienza, era para mí en mi burrez, un tiempo antiguo en un lugar del norte, lo había archivado en solvente amalgama de piezas musicales y pensamientos filosóficos, no pensé en darle vida, ni traté de imaginar sus calles, gentes, cuadros, trajines, modos y modales, solo veía el reloj de Kant, los salones de Mozart, muchos luteranos, y alguna que otra peluca empolvada. Goethe hace un zoom vibrante y mete, real como la vida misma, el Frankfurt und Meine de su niñez en mi dormitorio de Pollensa.
Las memorias comienzan, como corresponde, con su nacimiento en 1749 y acaban en los fastos por la coronación del archiduque Jose II como Rey de Roma en 1764. Las escuelas públicas existían ya en el siglo de la Ilustración pero ninguna familia elegante pensaba que fueran una buena idea para sus hijos. Johann Wolfang Von Goethe, joven patricio alemán, se educó con su hermana Cornelia en casa bajo la guía de un padre responsable, con buenos maestros y siguiendo el ejemplo de sus abuelos . Aprendió música, dibujo, latin, griego, francés y hebreo, profundizó en los estudios bíblicos, escribía versos, relatos fantásticos y piezas teatrales, trataba a los artistas de su tiempo, visitaba los talleres de los artesanos, estaba informado de la historia de su pais, tomó partido entre franceses y prusianos, aprendió equitación y esgrima, y se enamoró por primera vez de una tal Gretchen . Todo esto, antes de cumplir los quince años. Lo que me inquieta es comprobar que él, aunque genio, no era raro, todos sus amigos compartían, en peor porque no eran Goethe, estas actividades, disfrutaban con ellas e incluso encontraban tiempo para irse de excursión, de parranda o de merienda. No quiero extenderme en lo obvio pero la Educación de hoy, como el capitalismo vigente, se ve que falla. Los niños pasan ocho horas al día en escuelas que no enseñan nada digno de ser recordado, y donde no tratan de alentar las aficiones y habilidades de cada cual, solo ven de homogeneizarles, se alejan en ellas de las peculiaridades y valores de sus familias, y se acostumbran a asociar el trabajo al horario escolar o a los cursillos a los que alocadamente les apuntamos, mientras que identifican el ocio, muy a menudo, con un poco dolce fare niente. Jony, desde su estado febril me hace la crítica social que toca, en el XVIII la educación estaba al alcance de muy pocos y hemos ganado el acceso masivo a ella. Claro, claro, pero debe haber una opción nueva que a nadie se le ha ocurrido, algo va mal cuando - leido en prensa, confirmado en fuente - en los colegios punteros de Madrid, donde le tocaría hoy ir a Goethe, el 98% de los alumnos quieren estudiar empresariales .