martes, 25 de agosto de 2009
Menos melan y más colía
Años cincuenta, una joven preciosa, alegre y natural, pregunta a Cristobal Balenciaga qué hacer para convertirse en Gran Elegante. El modisto, amigo de la familia, le responde :"Nunca lo conseguirás, eres demasiado encantadora". La melancolía y la elegancia son primas hermanas, y cuando chupan cámara y adquieren protagonismo en una sociedad o en un individuo, son por igual letales para el espíritu. Nunca he sublimado la tristeza, cuando la melancolía me abraza, devuelvo sus besos con dulzura, la jaleo un poco, le hago quizás los coros de alguna canción irlandesa, pero estoy alerta, no me dejo envolver por sus encantos y cuando llevamos coqueteando un rato, con educación y firmeza, entre caricias, me desembarazo de ella. La miro mientras me deja, al principio es alta y delgada, sinuosa y oscura, huele a oriente, a biblioteca y a profundidades oceánicas; al poco, en la distancia, la veo convertirse en una viejuca torpe de negro ratonero, apesta a tabuco y orines de gato, ya muy lejos, la melancolía se disuelve en un charco viscoso de vapores negros. Veo entonces que se acerca airoso por el camino un caballo blanco, y no quiero que se ensucie en el pestilente charco, le hago señas pero avanza, galopa, pisa lo oscuro, y sigue, inmaculado, no pasa nada, la melancolía no era nada, solo un poco de barro seco, oscuro y cuarteado. ¡Qué razón tenía Balenciaga!.