Una nunca sabe cómo hacerse la interesante. El martes pasado conocí a Adolfo, un tipo atractivo, alrededor de los cuarenta, coleta oscura, pulseras étnicas, ha vivido siete años en Brasil. Es de Murcia pero se instaló en Bahia mientras acababa la tesis sobre Candomblé que le dirigían en la School of Oriental and African Studies de Londres – de hecho, fue un amigo inglés quien nos presentó -. Una vez terminada y publicada con honores dicha tesis, le contrataron en la universidad como experto en cultura afroamericana, y pensó que ya nunca volvería a España. Pero los amores son traidores, una joven estudiante de Sao Paulo le envolvió en una peligrosa red de pasión salvaje y oscuros hechizos – tal cual - que le hicieron poner en duda las cautas conclusiones a las que había llegado en sus estudios y, definitivamente, echaron al traste su carrera académica. Como casi nadie puede volver a Murcia, él volvió a Madrid y ha montado una agencia de Viajes exóticos personalizados en la calle Orellana .
A mí, el tipo me epató, para estar a su altura, fui transformando mi vida confortable en una espiral de eventos libres y fascinantes; Ya metida en carácter, le conté lo mucho que me gustan los reptiles, esos grandes incomprendidos, siempre he soñado con tener una boa constrictor en casa, decía yo y viendo sus ojos atentos, continuaba, imparable : Los estudios del Dr. Spencer en Columbia, - no se si leiste el artículo que el año pasado publicaron en Science in America -, demostraron que el trato diario con reptiles ayuda a desarrollar las capas más profundas de nuestra afectividad, activando los vinculos neuronales entre la sexualidad y las emociones primarias. Esto dije, más ancha que larga, porque una es muy limitada y nunca sabe cómo hacerse la interesante.
Adolfo es un hombre con recursos y con un amigo que tiene un terrarium. Al día siguiente llamaron a la puerta y allí estaba, el amigo de Adolfo, dos paquetes de pienso y una boa constrictor a la que llamaban Esmeralda, todo mío, gran regalo, ”Para la mujer que ha sabido cumplir todos sus sueños menos uno”, decía la tarjeta. Cualquiera rechaza un sueño.