Esta mañana, dejé que mis ojos deambularan sin rumbo y con las riendas sueltas por las salas del Museo del Prado, hasta que frenaron con agrado en esta cabeza de mujer pintada por Ribera. La postura, el empastado en tierras y el perfil medio griego, remitían a Miguel Angel más que a Caravaggio; la composición me pareció moderna y rara, más XIX inglés que XVII napolitano; Y creí ver a Gericault en el turbante. Si mirase este cuadro como un todo, aventuraría que rompe los paradigmas formales del artista, y escribiría un opúsculo,¡que lejos queda este Ribera de su mujer barbuda, qué lejos de las tinieblas barrocas!. Pero no hay tal misterio ni opúsculo alguno, solo el fuego.
En el incendio del Alcazar de Madrid en 1734, ardía el gran "Triunfo de Baco" de Ribera. De tan magna obra, solo pudieron salvarse unos pocos y pequeños fragmentos. Esta bella mujer que piensa, juzga y mira, es uno de ellos, le llaman la Sibila. La modernidad clásica de la que somos herederos reside a menudo en lo anarrativo y en lo fragmentario, en aquello que exige al espectador una especulación, conceptual y formal superior a la lectura visual, ya sea literal o simbólica. Los modernos acotan la complacencia estética y la vinculan a la reflexión y al conocimiento.