Qué bonitos estos caminos secretos de peregrinos, qué exquisitas las colinas suaves de la baja navarra que hoy brilla toscana, qué jugosos sus campos de vides, qué accesibles los atildados olivos, qué suaves los sonidos y los perfumes, qué dulce el aire. Un paseo arcádico entre el fragor de batallas carlistas, aquí estuvo el refugio del General Moriones a quien el fango derrotó con sus veinticinco mil hombres en Montejurra. Allí ,las minas de cobre que explotaban gentes llegadas de Mesopotamia hace tres mil años; cuentan que al excavarlas encontraron un enterramiento de esqueletos verdes. A esas tres piedras hincadas en la colina, los navarros les llaman mormas y guardan leyendas de venganzas paganas. Donde hoy crecen cardos, cerca de Irache, los caballeros de San Juan de Jerusalen construyeron y regentaron el hospital para peregrinos de Cugullu. Y sigue el camino, ni un pueblo entre Monjardín - ermita con luz de alabastro, enterramiento del Rey Sancho - y Los Arcos. Nos cruzamos con peregrinos irlandeses exhaustos. Entre los pinos corre una fuente de agua potable, es blanda la hierba de los prados, y sestean umbríos los pinares como en un cuento alemán. En el valle, pacas de paja construyen arquitecturas efímeras, ruinas de castillos coronan los montes. Qué belleza tranquila, qué belleza, qué calma entre paso y paso.
En los Arcos, queso fresco con pimientos y anchoas, agua y pastas de nata.