De siete a doce. Cinco horas con Los Troyanos, la ópera de Berlioz, en el Palau de las Arts de Valencia.
Empiezo por lo accesorio: El catering, sensacional: opciones variadas y oportunas, orden sin colas, café y copa, media de jamón, pastelillos de manzana. La arquitectura de Calatrava, espectacular y funcional: subtítulos individuales en cada butaca, visión panorámica y acustica impecable, curvas blancas aerodinámicas, los muros brillan en azul profundo.
Ya, sin pretensiónes de infalibilidad, entro en el meollo y sus partes:
Admiro al director, Valeri Guerguiev porque es enérgico y valiente. Me conmueve la voz de Dido, Daniela Barcellona, por emocional y expresiva, amplia y densa. Aprecio los agudos Wagnerianos de Elisabeta Matos en Casandra.
A mis perritas no les gusta tomar medicinas y para que traguen las píldoras se las doy envueltas en queso blando - con un poco de azucar esa píldora que os dan, cantaba Mary Poppins -, pues bien, los de la Fura des Baus que se ocupan de la dirección escénica de la Opera, parecen creer que Los Troyanos es una medicina tan amarga que requiere Luz y sonido, azucar o quesito, a espuertas, y ellos, lo aportan gustosos y engreidos para , como ya es habitual, hacerse los protagonistas absolutos del evento.
Y, antes de seguir, me pregunto ¿Por qué los de la Fura repiten en cada ocasión, venga o no al caso, el truco de colgar a la gente de cables y dejarles balanceándose entre luces un rato?. Fue un efecto gracioso hace treinta años pero ha perdido su sentido, como las bolsas de sangre que llevan estallando en escena con cualquier excusa desde Dios sabe cuando.
Si lo comparamos con otros espectáculos de luz y sonido, el carísimo montaje de la Fura no está mal, si trabajaran en el Cirque du Soleil, tampoco, pero el contexto era otro, han cometido el error de subestimar al público, a Guerguiev, a Berlioz, a la orquesta y a los cantantes. No necesitabamos su quesito blando, la pildora eran ellos.
Por primera vez se estrenaba en España la versión íntegra de Los Troyanos; Carlos Pedrissa con su Fura, nos ha obligado a escucharla sin sosiego, distraidos todo el tiempo por los tejemanejes en el escenario, movimientos continuos, proyecciones fuera de escala y tema, satélites deslumbrantes que en efecto nos deslumbraban, operarios enganchando y desenganchando cosas, masas de olas y de nubes, ordenadores sin cuento, y trajes de Guerra de las galaxias muy poco favorecedores. Entre todo el aparatoso desbarajuste, los cantantes se movían perdidos y en penumbras, cuando no colgados de los dichosos cables mientras cantaban con gesto de concentración en el pánico.
Los de la Fura deben asumir una verdad dolorosa, ya no se les critica por modernos sino por revenidos y pelmazos.