jueves, 7 de enero de 2010

Mi amado, las montañas

Se han ido y estoy sola. Me muevo a gusto envuelta en un silencio untuoso y grato que resuena en mi pecho y me vuelca hacia unos adentros con eco. Leo en la cama hasta tarde, me levanto sin prisa, paseo bajo la lluvia para ver las cascadas, hago tonterías, leo el Salustio, pierdo el tiempo, sigue lloviendo. Como en una bandeja en la chimenea, me duermo con "Saber y Ganar". Voy quitando con mimo la navidad de este año y la guardo en la cómoda azul, nada hay más inocuamente triste que un abeto con sus adornos después del siete de enero. Guardo las frágiles neulas blancas en una bolsa de tela roja, en un cajón de mi armario, el año que viene me costará dar con ellas. Debajo de la pata de una mesa encuentro los Contes du pays des reves de Charles Nodier, es una edición muy cuidada de 1952 que incluye un grabado de las prisiones de Piranesi. El libro, aparte de otras virtudes, se ve que tenía el grosor adecuado y ha pasado las vacaciones en el comedor como alza provisional; antes de devolverlo a su estante lo abro a boleo: Moraleja: todo es como en casa, dijo tristemente el rey. No se quien sería ese rey ni me importa, al principio del cuento le he visto de conversación con su mulo mientras ambos compartían un banquete en el comedor de palacio. No estoy para Nodier, prefiero a Juan de la Cruz: ...los valles solitarios nemorosos, las ínsulas extrañas, los ríos sonorosos, el silbo de los aires amorosos, la noche sosegada en pos de los levantes de la aurora, la música callada, la soledad sonora... mejor, mucho mejor. Me salto lo de la cena que recrea y enamora porque he tenido un día de ensaladas y sepia, ¡si se entera Pitagoras que me tiene prohibida la sepia!, ha sido cosa de Margarita. Ensimismada y ya tarde, agarro mi cámara y empiezo a fotografiar compulsivamente la nada, mi mesa, la escalera, mis manos, un rincón del baño. Todo se me hace bodegón cargado de contenido. Me acuesto a las doce con un Cola Cao y las cartas de Zenobia Camprubí, tan alegre y tan triste, tan enamorada, tan delicada, tan moderna, tan lista y tan cosmopolita, con ese marido tan poeta pero tan egoista, tan depresivo y tan plomo. Me duermo con Zenobia, y sueño cuentos de hadas de Madame d'Aulnoy, no se por qué se empeñaría el principe en rescatar a la princesa de la torre, yo creo que ella estaba allí tan contenta, semicantando, como Juan Ramón en su viaje de novios, a su ritmo y entretenida con sus cosas.